martes, 1 de julio de 2014

Psicoanálisis e Hipermodernidad


Aldo Dall’orso
Universidad Andrés Bello

Resumen

Hoy vivimos en la hipermodernidad. Pienso junto a Gilles Lipovetsky, que lo que nos tiene que preocupar cada vez más es la fragilización de los individuos. En muchos puntos hoy tenemos más posibilidades de optar, pero al mismo tiempo nunca los individuos han demostrado tantos malestares, penas y dificultades para vivir. El individuo hipermoderno es libre, pero frágil y vulnerable, liberado a su suerte. En este sentido, surgen nuevos paradigmas y con ellos debemos preguntarnos: ¿Qué se espera de un psicoanalista en el momento en que nos toca vivir?

Palabras claves

Psicoanálisis, hipermodernidad, síntomas modernos, sociedad de consumo.

Antecedentes

Hoy en día, en que el Psicoanálisis se enfrenta a los nuevos retos derivados de la civilización llamada hipermoderna, en la cual la prioridad se encuentra focalizada en el presente; resaltando la prisa y la inmediatez de encontrar la felicidad en el ahora, por sobre la necesaria mirada respecto del pasado y las consecuencias en el futuro; hacen que el Psicoanalista, deba unir su horizonte a la subjetividad de su época.

En este sentido, nadie describe mejor la subjetividad de nuestra época que la teoría del Sociólogo francés Gilles Lipovetsky. Teoría de la cual extraeré aspectos generales para adentrarlos en las problemáticas de la subjetividad hipermoderna. Según Lipovetsky (2006), entre más triunfa el desarrollo económico, el consumo y  la mejora de las condiciones materiales, más se multiplican las desorganizaciones de la vida mental, el sufrimiento psicológico y el esfuerzo de vivir. Segundo: el consumo construye gran parte de la identidad de las personas. El individuo de hoy, demuestra al menos parcialmente que existe como individuo, por los objetos que compra. Tercero: la pobreza material es vivida como carencia de autonomía y de proyecto, como sensación de fracaso y hundimiento social. Cuarto: el consumo moderno está convirtiendo a los individuos en niños, siempre al acecho de novedades y nuevos objetos de consumo. Quinto: la disgregación de las familias, con la pérdida de la autoridad parental, que da lugar a la erosión del sentido de límites y prohibiciones; gatilla una juventud abandonada a sí misma y despojada de referentes que la hacen sucumbir al consumo; perdiendo la capacidad de superar las frustraciones y el adulto, cada vez menos preparado para afrontar los conflictos. Sin olvidar tampoco el individualismo, la fragilidad de las identidades, la debilitación de los movimientos colectivos, el culto a la salud, la proliferación del consumo de fármacos y las carencias afectivas de todo tipo.

Así encontramos al habitante de nuestros tiempos, como marioneta expuesta a una multiplicidad de objetos de goce de satisfacción imposible.

Según Horne (2008), lo real del goce, es lo que en esencia constituye la matriz de las llamadas patologías contemporaneas; sean los mal llamados trastornos de alimentación, los estados de pánico, o ese nuevo espectro que se comienza a perfilar como “el sujeto sin Otro”: un individuo que sin ser psicótico, manifiesta una inquietante falta de relación. Un sujeto que goza solo, desde un modo de gozar autista y antisocial. El sujeto hipermoderno se ha quedado sin contacto físico, segregado, aislado frente a su computador.

A su vez, la subjetividad de nuestra época está basada en la tecnología; la cual cambió para siempre nuestra forma de vivir, diluyendo culturas y lenguajes, fragmentando la experiencia humana. Estas observaciones no fueron ajenas para un lector tan agudo del malestar en la cultura de Freud, como lo fue Lacan, quien logró ver en este devenir, una nueva forma de lazo social, que denominó “discurso capitalista”; discurso propio de nuestra hipermodernidad.

¿Qué es el discurso capitalista?

Lacan (1972) plantea la estrecha relación del discurso, que es un lazo, un vínculo, algo que une con el amor. Dice que el amor es signo que se muda de razón; el amor es signo que mudamos de discurso. Por su lado, el discurso del capitalismo no trae aparejado el amor; el amor en él, queda forcluido. La circulación en el discurso del capitalismo no tiene corte; el sujeto ordena desde su lugar de agente (S1), que a su vez pone en marcha el saber de la ciencia (S2), para producir objetos de consumo (a). Estos objetos son ofrecidos masivamente al goce del sujeto; lo que produce una segunda mutación: la del lugar de agente del discurso; que es asumido por el objeto de consumo, quedando el sujeto a merced de los mismos. Podemos decir entonces, que en lo relativo al individuo hipermoderno, se trata de un sujeto esclavo a los objetos y dado al goce.

A su vez, Horne (2008) resalta que estos objetos no son causa de deseo, más bien, son objetos frustrantes; ya que no consiguen cumplir con la promesa de felicidad del mundo de los objetos de consumo. Es en este eje, donde se establece la relación de los objetos con el sujeto pleno de voluntad de gozar, produciendo la depresión o los otros llamados síntomas actuales. Por tal razón, el objeto (a) del discurso capitalista no implica amor, no implica deseo, no implica al Otro; implica por lo contrario goce, goce sin corte.

Así pues, la característica central en este discurso, radica en que hay una falta sustancial del amor y el amor, es siempre relacionado a la metáfora. El amor implica metáfora y los síntomas actuales, evitan, no alcanzan la metáfora, quedando en el nivel metonímico de traslado de goce.

La dirección de la cura en los síntomas hipermodernos

Siguiendo a Horne (2008), los síntomas hipermodernos son aquellos que no quieren saber nada del motivo inconsciente que los gatilla, en donde la líbido afecta de modo directo al cuerpo. La mortificación del cuerpo se efectúa en lo real sin pasaje por lo simbólico. Por tal razón, la tensión que no logra ser vinculada psíquicamente termina convirtiéndose en angustia. Angustia que también es un problema central en estos síntomas contemporáneos que en el futuro nos ocuparán, por lo que este déficit simbólico será nuestra dificultad. Ahora bien, los síntomas actuales presentan una resistencia a la transferencia porque ésta es amor al saber se mantienen en un puro goce autista. ¿Qué hacer entonces, frente a estos sujetos hipermodernos con síntomas que dejan de lado lo simbólico y que afectan directamente al cuerpo?

Lacan (1964) comenta que cuando el analista se enfrente con el real sin más interpretación posible, debe recurrir al saber de sí, o sea, al saber hacer frente a lo real que aprendió en su experiencia como analizante; para saber hacer o decir lo que permita romper el goce autista e introducir el amor en el discurso.

Por su lado Freud (1912), afirmó que es posible eliminar las parálisis de representaciones discursivas del enfermo, tras enunciar la regla fundamental de la asociación libre, aseverándole al analizante que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él. En el acto de impartir ese esclarecimiento, uno elimina la parálisis o muda la situación; las ocurrencias ya no se deniegan.

En este contexto, el analista solamente tendrá efecto positivo si consigue, con su presencia, poner en juego el elemento amor, motor esencial del psicoanálisis. Se renueva así, la vieja idea de Freud (1914-1915), que la cura analítica es, en su raíz más profunda, una cura de amor. Pero así como la palabra en psicoanálisis no es una palabra común, el amor no es un amor de autoayuda, es un amor que lleva a la transferencia y al saber en el sujeto.

Por tal motivo, los invito a conocer  en la práctica, una maniobra frecuentemente exitosa, utilizada por Horne (2008) en tratamientos de síntomas actuales como pánico, depresión, anorexia, obesidad, entre otros. Muy resumidamente ejemplifico: Hay analista y frente a un sujeto que no desea saber de sí, sino solamente ser curado, éste lanza un significante que consideramos tiene valor de acto.

Un joven adolescente consulta por pánico. No puede estar solo, especialmente por la noche. Su angustia invade su vida y la de su familia. Desencadenó este síntoma el haber sido asaltado mientras esperaba el bus. Su terror principal se daba sin embargo por la noche, teniendo que dormir con los padres, aunque la madre era la figura protectora principal. En la medida en que solamente hablaba repetidamente de su situación de miedo y viendo que sólo consideraba la medicación como remedio, el analista “dice que él, el joven, sabe que no es solamente el asalto lo que está en juego en su pánico”. Este significante  lanzado como afirmación por el analista, toma valor de acto, produciendo la división subjetiva, al poder el paciente poner en cuestión su situación y preguntarse qué podría haber en su vida que pudiera relacionarse con su síntoma actual. En el trabajo posterior que llevó a la cura del síntoma, el joven descubrió que la madre, huérfana muy de niña y sin hogar fijo, tenía miedos nocturnos usando un osito para poder acompañarse y dormir. En un periodo en que el paciente era niño, el marido viajaba mucho y la señora con miedo de ladrones lo llevaba a su cama, usándolo de osito acompañante para su temor. Su posición de objeto —osito de mamá— revelado de esta forma, permitió abrir caminos para la cura de su síntoma de pánico.

Recapitulando la relación del sujeto hipermoderno con los objetos de consumo y adentrándonos un poco más en las consecuencias gatilladas por la proliferación de los objetos de la tecnociencia, Gorostiza (2012) , psicoanalista argentino, postula que si los sujetos buscan colmarse con los objetos que les ofrece el mercado, el psicoanalista está llamado a ocupar el lugar de alguno de esos objetos para introducir un cambio fundamental. Porque los objetos de la tecnociencia, lo que hacen sobre el goce o las satisfacciones de cada uno, es hacer entrar al sujeto en un régimen cuantitativo. Ésto quiere decir, tener más o menos satisfacción en función del mejor o peor objeto de la tecnociencia que se tenga. Mientras el sujeto esté más cerca del objeto que el mercado está produciendo, estará más satisfecho; pero si tiene acceso a un objeto más obsoleto estará menos satisfecho; ésta es claramente la ilusión del mercado, ya que después aparecerá otro objeto y así sucesivamente. Por tal motivo, el problema radica en que la satisfacción del sujeto entra en un régimen de más y menos, quiere decir, en un régimen cuantitativo; mientras que el psicoanálisis va a apuntar a que el sujeto que sufre, se le pueda revelar que ahí donde sufre, hay una satisfacción, que es absolutamente única, que es la de él y que eso escapa a la lógica del discurso capitalista.

Consideraciones finales

El psicoanálisis, estructuralmente, tiende a su extinción. Por ser inhumano, es decir, que se orienta en el saber verdadero y en lo real, tiende a desaparecer. El analista no se sostiene fácilmente en nuestra sociedad hipermoderna. Por tal razón, necesitamos sin dudas, agilizar nuestras respuestas y reformular nuestra clínica. En este sentido, debatir sobre la actualidad de nuestra época es un arma de extraordinaria importancia en la tarea de sostener el psicoanálisis vivo y actual, permitiéndonos también, discutir formas nuevas de aproximarnos a nuestros futuros pacientes.

Así que compañeros y compañeras, un esfuerzo más. En el sujeto consumidor, hipermoderno, sin Otro, carente de metaforización y de amor; se abre una grieta, que nos permite acercarnos a él, desde la clínica de lo real.


   
Bibliografía

Freud, S. (1912) Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas, (Vol, XII). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1914-1915) Puntuaciones sobre el amor de transferencia. En Obras Completas, (Vol, XII). Buenos Aires: Amorrortu.

Gorostiza, L. (2012). De los psicoanalista hoy. Cita en las diagonales. Consultado el 13 de Junio de 2014 de,  
http://www.citaenlasdiagonales.com.ar/vocaciones_leonardo_gorostiza.php

Horne, B. (2008) Psicoanálisis e Hipermodernidad. Caracas: Editorial Pomaire.

Lacan, J. (1964) Seminario 11: Cuatro conceptos cruciales del Psicoanálisis.          Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1972) Seminario 20: Aun. Buenos Aires: Paidós.

Lipovetsky, G. (2006). La felicidad paradójica. París. Editorial Gallimard.