Aldo Dall’orso
Universidad Andrés Bello
Resumen
Hoy vivimos en la
hipermodernidad. Pienso junto a Gilles Lipovetsky, que lo que nos tiene que
preocupar cada vez más es la fragilización de los individuos. En muchos puntos
hoy tenemos más posibilidades de optar, pero al mismo tiempo nunca los individuos
han demostrado tantos malestares, penas y dificultades para vivir. El individuo
hipermoderno es libre, pero frágil y vulnerable, liberado a su suerte. En este
sentido, surgen nuevos paradigmas y con ellos debemos preguntarnos: ¿Qué se
espera de un psicoanalista en el momento en que nos toca vivir?
Palabras
claves
Psicoanálisis, hipermodernidad, síntomas
modernos, sociedad de consumo.
Antecedentes
Hoy
en día, en que el Psicoanálisis se enfrenta a los nuevos retos derivados de la
civilización llamada hipermoderna, en la cual la prioridad se encuentra
focalizada en el presente; resaltando la prisa y la inmediatez de encontrar la
felicidad en el ahora, por sobre la necesaria mirada respecto del pasado y las
consecuencias en el futuro; hacen que el Psicoanalista, deba unir su horizonte
a la subjetividad de su época.
En este sentido, nadie
describe mejor la subjetividad de nuestra época que la teoría del Sociólogo
francés Gilles Lipovetsky. Teoría de la cual extraeré aspectos generales para
adentrarlos en las problemáticas de la subjetividad hipermoderna. Según
Lipovetsky (2006), entre más triunfa el desarrollo
económico, el consumo y la mejora de las
condiciones materiales, más se multiplican las desorganizaciones de la vida
mental, el sufrimiento psicológico y el esfuerzo de vivir. Segundo: el consumo
construye gran parte de la identidad de las personas. El individuo de hoy,
demuestra —al menos parcialmente— que
existe como individuo, por los objetos que compra. Tercero: la pobreza material
es vivida como carencia de autonomía y de proyecto, como sensación de fracaso y
hundimiento social. Cuarto: el consumo moderno está convirtiendo a los
individuos en niños, siempre al acecho de novedades y nuevos objetos de consumo.
Quinto: la disgregación de las familias, con la pérdida de la autoridad
parental, que da lugar a la erosión del sentido de límites y prohibiciones;
gatilla una juventud abandonada a sí misma y despojada de referentes que la
hacen sucumbir al consumo; perdiendo la capacidad de superar las frustraciones
y el adulto, cada vez menos preparado para afrontar los conflictos. Sin olvidar
tampoco el individualismo, la fragilidad de las identidades, la debilitación de
los movimientos colectivos, el culto a la salud, la proliferación del consumo
de fármacos y las carencias afectivas de todo tipo.
Así encontramos
al habitante de nuestros tiempos, como marioneta expuesta a una multiplicidad
de objetos de goce de satisfacción imposible.
Según
Horne (2008), lo real del goce, es lo que en esencia constituye la matriz de
las llamadas patologías contemporaneas; sean los mal llamados trastornos de
alimentación, los estados de pánico, o ese nuevo espectro que se comienza a
perfilar como “el sujeto sin Otro”: un individuo que sin ser psicótico,
manifiesta una inquietante falta de relación. Un sujeto que goza solo, desde un
modo de gozar autista y antisocial. El sujeto hipermoderno se ha quedado sin
contacto físico, segregado, aislado frente a su computador.
A su
vez, la subjetividad de nuestra época está basada en la tecnología; la cual cambió
para siempre nuestra forma de vivir, diluyendo culturas y lenguajes,
fragmentando la experiencia humana. Estas observaciones no fueron ajenas para
un lector tan agudo del malestar en la cultura de Freud, como lo fue Lacan,
quien logró ver en este devenir, una nueva forma de lazo social, que denominó “discurso
capitalista”; discurso propio de nuestra hipermodernidad.
¿Qué es el
discurso capitalista?
Lacan
(1972) plantea la estrecha relación del discurso, —que
es un lazo, un vínculo, algo que une— con
el amor. Dice que el amor es signo que se muda de razón; el amor es signo que
mudamos de discurso. Por su lado, el discurso del capitalismo no trae aparejado
el amor; el amor en él, queda forcluido. La circulación en el discurso del
capitalismo no tiene corte; el sujeto ordena desde su lugar de agente (S1), que
a su vez pone en marcha el saber de la ciencia (S2), para producir objetos de
consumo (a). Estos objetos son ofrecidos masivamente al goce del sujeto; lo que
produce una segunda mutación: la del lugar de agente del discurso; que es
asumido por el objeto de consumo, quedando el sujeto a merced de los mismos.
Podemos decir entonces, que en lo relativo al individuo hipermoderno, se trata
de un sujeto esclavo a los objetos y dado al goce.
A su
vez, Horne (2008) resalta que estos objetos no son causa de deseo, más bien,
son objetos frustrantes; ya que no consiguen cumplir con la promesa de
felicidad del mundo de los objetos de consumo. Es en este eje, donde se establece
la relación de los objetos con el sujeto pleno de voluntad de gozar,
produciendo la depresión o los otros llamados síntomas actuales. Por tal razón,
el objeto (a) del discurso capitalista no implica amor, no implica deseo, no
implica al Otro; implica por lo contrario goce, goce sin corte.
Así
pues, la característica central en este discurso, radica en que hay una falta sustancial
del amor y el amor, es siempre relacionado a la metáfora. El amor implica
metáfora y los síntomas actuales, evitan, no alcanzan la metáfora, quedando en
el nivel metonímico de traslado de goce.
La dirección de la
cura en los síntomas hipermodernos
Siguiendo
a Horne (2008), los síntomas hipermodernos son aquellos que no quieren saber
nada del motivo inconsciente que los gatilla, en donde la líbido afecta de modo
directo al cuerpo. La mortificación del cuerpo se efectúa en lo real sin pasaje
por lo simbólico. Por tal razón, la tensión que no logra ser vinculada
psíquicamente termina convirtiéndose en angustia. Angustia que también es un
problema central en estos síntomas contemporáneos que en el futuro nos
ocuparán, por lo que este déficit simbólico será nuestra dificultad. Ahora
bien, los síntomas actuales presentan una resistencia a la transferencia porque
ésta es amor al saber —se mantienen en un
puro goce autista—. ¿Qué hacer
entonces, frente a estos sujetos hipermodernos con síntomas que dejan de lado
lo simbólico y que afectan directamente al cuerpo?
Lacan
(1964) comenta que cuando el analista se enfrente con el real sin más
interpretación posible, debe recurrir al saber de sí, o sea, al saber hacer
frente a lo real que aprendió en su experiencia como analizante; para saber
hacer o decir lo que permita romper el goce autista e introducir el amor en el
discurso.
Por
su lado Freud (1912), afirmó que es posible eliminar las parálisis de
representaciones discursivas del enfermo, tras enunciar la regla fundamental de
la asociación libre, aseverándole al analizante que ahora él está bajo el
imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo
perteneciente a él. En el acto de impartir ese esclarecimiento, uno elimina la
parálisis o muda la situación; las ocurrencias ya no se deniegan.
En
este contexto, el analista solamente tendrá efecto positivo si consigue, con su
presencia, poner en juego el elemento amor, motor esencial del psicoanálisis.
Se renueva así, la vieja idea de Freud (1914-1915), que la cura analítica es,
en su raíz más profunda, una cura de amor. Pero así como la palabra en
psicoanálisis no es una palabra común, el amor no es un amor de autoayuda, es
un amor que lleva a la transferencia y al saber en el sujeto.
Por
tal motivo, los invito a conocer en la
práctica, una maniobra frecuentemente exitosa, utilizada por Horne (2008) en
tratamientos de síntomas actuales como pánico, depresión, anorexia, obesidad, entre
otros. Muy resumidamente ejemplifico: Hay analista y frente a un sujeto que no
desea saber de sí, sino solamente ser curado, éste lanza un significante que
consideramos tiene valor de acto.
Un
joven adolescente consulta por pánico. No puede estar solo, especialmente por
la noche. Su angustia invade su vida y la de su familia. Desencadenó este
síntoma el haber sido asaltado mientras esperaba el bus. Su terror principal se
daba sin embargo por la noche, teniendo que dormir con los padres, aunque la
madre era la figura protectora principal. En la medida en que solamente hablaba
repetidamente de su situación de miedo y viendo que sólo consideraba la medicación
como remedio, el analista “dice que él,
el joven, sabe que no es solamente el asalto lo que está en juego en su pánico”.
Este significante lanzado como
afirmación por el analista, toma valor de acto, produciendo la división subjetiva,
al poder el paciente poner en cuestión su situación y preguntarse qué podría
haber en su vida que pudiera relacionarse con su síntoma actual. En el trabajo
posterior que llevó a la cura del síntoma, el joven descubrió que la madre,
huérfana muy de niña y sin hogar fijo, tenía miedos nocturnos usando un osito
para poder acompañarse y dormir. En un periodo en que el paciente era niño, el
marido viajaba mucho y la señora con miedo de ladrones lo llevaba a su cama,
usándolo de osito acompañante para su temor. Su posición de objeto —osito
de mamá— revelado de esta forma, permitió abrir caminos para la cura de su
síntoma de pánico.
Recapitulando la relación
del sujeto hipermoderno con los objetos de consumo y adentrándonos un poco más
en las consecuencias gatilladas por la proliferación de los objetos de la
tecnociencia, Gorostiza (2012) , psicoanalista argentino, postula que si los
sujetos buscan colmarse con los objetos que les ofrece el mercado, el
psicoanalista está llamado a ocupar el lugar de alguno de esos objetos para
introducir un cambio fundamental. Porque los objetos de la tecnociencia, lo que
hacen sobre el goce o las satisfacciones de cada uno, es hacer entrar al sujeto
en un régimen cuantitativo. Ésto quiere decir, tener más o menos satisfacción
en función del mejor o peor objeto de la tecnociencia que se tenga. Mientras el
sujeto esté más cerca del objeto que el mercado está produciendo, estará más
satisfecho; pero si tiene acceso a un objeto más obsoleto estará menos
satisfecho; ésta es claramente la ilusión del mercado, ya que después aparecerá
otro objeto y así sucesivamente. Por tal motivo, el problema radica en que la
satisfacción del sujeto entra en un régimen de más y menos, quiere decir, en un
régimen cuantitativo; mientras que el psicoanálisis va a apuntar a que el
sujeto que sufre, se le pueda revelar que ahí donde sufre, hay una
satisfacción, que es absolutamente única, que es la de él y que eso escapa a la
lógica del discurso capitalista.
Consideraciones
finales
El psicoanálisis,
estructuralmente, tiende a su extinción. Por ser inhumano, es decir, que se
orienta en el saber verdadero y en lo real, tiende a desaparecer. El analista
no se sostiene fácilmente en nuestra sociedad hipermoderna. Por tal razón,
necesitamos sin dudas, agilizar nuestras respuestas y reformular nuestra
clínica. En este sentido, debatir sobre la actualidad de nuestra época es un
arma de extraordinaria importancia en la tarea de sostener el psicoanálisis
vivo y actual, permitiéndonos también, discutir formas nuevas de aproximarnos a
nuestros futuros pacientes.
Así
que compañeros y compañeras, un esfuerzo más. En el sujeto consumidor,
hipermoderno, sin Otro, carente de metaforización y de amor; se abre una
grieta, que nos permite acercarnos a él, desde la clínica de lo real.
Bibliografía
Freud,
S. (1912) Sobre la dinámica de la
transferencia. En Obras
Completas, (Vol, XII). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud,
S. (1914-1915) Puntuaciones sobre el amor
de transferencia. En Obras
Completas, (Vol, XII). Buenos Aires: Amorrortu.
Gorostiza,
L. (2012). De los psicoanalista hoy. Cita
en las diagonales. Consultado el 13 de Junio de 2014 de,
http://www.citaenlasdiagonales.com.ar/vocaciones_leonardo_gorostiza.php
Horne,
B. (2008) Psicoanálisis e Hipermodernidad.
Caracas: Editorial Pomaire.
Lacan, J. (1964)
Seminario 11: Cuatro conceptos cruciales
del Psicoanálisis. Buenos
Aires: Paidós.
Lacan,
J. (1972) Seminario 20: Aun. Buenos
Aires: Paidós.
Lipovetsky, G. (2006). La felicidad paradójica. París.
Editorial Gallimard.